En Hechos 21:8-9 encontramos una visita que Lucas y Pablo le hicieron a Felipe, quien fue uno de los siete hombres escogidos para servir en los comienzos de la iglesia.
Lo sorprendente fue que al entrar en su casa se encontraron con una familia sacerdotal, es decir, las cuatro hijas de Felipe tenían el don de profecía y lo practicaban.
Todo esto hablaba muy bien del nivel espiritual de Felipe porque no solo él servía al Señor como evangelista, sino que todas sus hijas servían con él en el ministerio de la profecía.
Qué gran ejemplo recibimos de Felipe al tener a todas sus hijas en el ministerio y ungidas.
Cuando Lucas y Pablo visitaron a Felipe no encontraron a sus hijas lejos de Dios, no encontraron a dos ungidas y dos en el mundo, encontraron a cuatro señoritas con un alto nivel de servicio y entrega a Dios.
La gran pregunta que surge es ¿Qué hizo Felipe para que sus hijas alcanzaran ese nivel espiritual?
Es muy probable que el ejemplo de vida de Felipe fue lo que moldeó en gran manera el nivel espiritual de sus hijas.
Sus hijas crecieron viendo a Felipe predicar, servir a Dios, pero sobre todo, crecieron con un padre que supo dedicarse a cada una de ellas individualmente, ese tiempo dedicado para que cada una de las cuatro se sintiera única y amada.
Es muy probable que Felipe pasara horas en oración por sus hijas para que Dios cumpliera su propósito en ellas.
Por el contrario, en 1 Samuel 8:3 encontramos un caso totalmente diferente y es el caso del profeta Samuel. Este profeta tuvo éxito en su ministerio, pero fracasó al formar a sus hijos en personas dignas de confianza.
El gran desafío de los siervos de Dios es construir generaciones para Dios, pero no solo en su iglesia, sino primeramente en sus hogares.