El verdadero líder es aquel que no siente temor del cambio, se mantiene en una renovación permanente; porque liderar es innovar.
Liderar consiste en inspirar a otros con el ejemplo, llevándolos a alcanzar su más alto potencial, para que ellos hagan lo mismo en otros.
Esto incluye moldear el carácter, descubrir talentos que tal vez estén ocultos y sanar la autoestima de muchos que, por diferentes circunstancias, piensan que no están calificados para servir a Dios.
En este sentido, el liderazgo se parece mucho a la paternidad, no es algo que se impone, sino más bien algo que se moldea con amor.
Recibir un nuevo creyente y formarlo es como recibir a un recién nacido.
Por eso un verdadero discípulo de Jesús siempre hace la obra con alegría, valor y diligencia, porque es el fruto del amor y no de la presión. Si recuerdas, la mayoría de los 12 de Jesús ofrendaron con alegría su propia vida para engrandecer la obra.
Tratar de formar el liderazgo a través de la presión o la intimidación solamente va a debilitar la iglesia hasta romper sus cimientos.
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Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.
(2a. Timoteo 2:2) RVR1960