“Jesús respondió: “De cierto, de cierto os digo, que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del agua y del Espíritu”.
(Juan 3:5) NVI
El capítulo 3 de Juan describe el encuentro que tuvo Nicodemo con Jesús.
Allí vemos a Jesús explicando con gracia la necesidad de un nuevo nacimiento en la vida de alguien que realmente quiere encontrarse con Dios y experimentar su reino.
Como pastores, no podemos comportarnos como si nuestros hijos no necesitaran esa experiencia. Nadie nace hijo de Dios porque nació en una familia cristiana o porque sus padres son pastores.
Todo ser humano, incluidos nuestros hijos, ha nacido con una naturaleza caída y apartado de Dios, espiritualmente muerto.
Los niños pueden obedecer, acompañarnos a las reuniones, pero llega el momento en que deben tener su propio encuentro con Dios.
“Él escogió darnos a luz por la palabra de verdad, para que fuéramos como primicias de todo lo que él creó”.
(Santiago 1:18) NVI
Cada uno de nuestros hijos debe nacer de nuevo y como le dijo Jesús a Nicodemo, esta experiencia es algo que no podemos controlar ni hacer realidad, como el viento que va por donde quiere, un día el Espíritu Santo vendrá sobre nuestros hijos y transformará sus vidas con una palabra de Dios.
Lo que podemos controlar, y está en nuestro poder, es tener un alto nivel de oración y ayuno por nuestros hijos.
Juan 16:8 dice que nuestra mayor ayuda, el Espíritu Santo es quien convencerá a nuestros hijos a volver a Dios, por eso debemos cultivar una estrecha amistad con él, para que nos guíe a orar por ellos y nos dé discernimiento para detectar cualquier cosa fuera de orden en sus vidas.
El Espíritu Santo es nuestro mayor aliado para dar vida a nuestros hijos para que nazcan de nuevo.
“Cuando él venga, probará que el mundo está equivocado acerca del pecado, la justicia y el juicio”
(Juan 16:8) NVI