Estamos enfrentando los últimos tiempos y en momentos como estos, no hay espacio para la neutralidad o la tibieza. Muchos asumen su llamado con mucha ligereza, esperando algún tiempo para comprometerse con la obra o sin mucho interés por ganar almas, pero no se dan cuenta que lo que no hagan ahora, probablemente no podrán hacerlo después.
El Señor preguntó al profeta Isaías:
“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”
(Isaías 6:8a) RVR1960
¿Cuál fue la respuesta del profeta?
“Heme aquí, envíame a mí”
(Isaías 6:8) RVR1960
Isaías no quería que alguien más fuera, él entendió que el mayor privilegio al que puede aspirar un ser humano es ser elegido por el Rey de reyes para servirlo. A partir de ese día, Isaías se entregó por completo a ser el profeta –o portavoz– de Dios, incluso cuando esto significaba que tendría que dar un mensaje muy impopular.
Cuando Dios nos llama al ministerio, debemos asumir el llamado del mismo modo que Isaías, dándole la prioridad que debe tener y estando dispuestos a pagar el precio que sea necesario.
El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia.
(Juan 7:18) RVR1960
El Señor Jesús nos dejó otra importante característica de alguien que es llamado. Debemos buscar la gloria de Dios y no la nuestra. Servir en el ministerio no es para hacernos grandes, importantes o famosos, ¡es para que Dios sea exaltado sobre todo y sobre todos!